19 mayo 2007

calle Alameda, Santiago, Chile
Aníbal salió de casa de su madre. La tarde entraba tibia a través de los vidrios del Transantiago. Era otoño, cuatro de la tarde o algo más. Fue al momento de subir al bus cuando la vio, estaba sentada al final y al lado de la ventana. Recorrió el interminable pasillo y se sentó a su lado, nervioso abrió un libro de cuentos de Cortazar que llevaba bajo el brazo, el brillo tenue de la tapa perturbó el silencio, ella lo miró sobre su hombro y rápidamente volvió sus ojos a la ventana y la calle.
En una esquina y en un acto de audacia, le habló al oído diciéndole… puedo viajar contigo, ella guardó silencio…luego de dos calles lo miró de frente, le tomo el rostro con sus manos y le dijo- te casas conmigo. Quedó sin palabras, calor y frío recorrieron su cuerpo, ...no lo esperaba…solo pudo ver un pájaro que fuera rasgó el cielo. Pasaron a lo menos cuatro calles mientras reaccionaba, Victoria, Santiaguillo y otras. No sé…claro…es posible…sí...sí...sí -pensó para él. Por supuesto -agregó en la siguiente calle. Se tomaron de las manos, las de ella estaban frías y las de él húmedas. Dos calles más y en silencio, solo las manos apretadas. La luz roja del semáforo de Avenida Matta fue testigo de un beso largo, tímido y profundo. La abrazó en las seis calles siguientes, quería cobijarla bajo su brazo, ella lo rodeó por su cintura y se dejó atrapar. Llenaban de colores el gris de los muros, de sonrisas las ventanas de los edificios y de música el murmullo de la ciudad.
¡La Alameda! gritó alguien. Aníbal, miró a su lado...acomodó su chaqueta, se levantó, apretó su libro bajo el brazo, bajó del bus y caminó hacia su trabajo. Había sol y una brisa fría de otoño... frente a él esperando una luz verde la encontró...caminó decidido a su lado, en una esquina y en un acto de audacia, le habló al oído, diciéndole…puedo viajar contigo...