16 de julio 2008

calle Alameda, Santiago, Chile
Alguna vez sentí que me robaron la bandera. De pequeño me hicieron creer en ella, en sus colores, pensaba que era la más linda entre todas. Recité poemas por ella. Gozaba el rito de ponerla para los 18 de septiembre sobre el mástil de la casa. Ir de compras para renovar la que ya estaba vieja. Agitar contra el viento, una pequeña comprada en "la parada militar". Un escalofrío me recorría el cuerpo, hasta mi adolescencia, cuando se conjugaba bandera con himno y se deslizaba lentamente hacia el cielo. Por muchos años la comparaba con otras al mirar el antiguo Almanaque Mundial del año 1963 (hasta que no supe más de él). El azul del Cielo, el rojo del copihue y la sangre araucana, el blanco de las montañas... nunca le regalé una bandera a mis hijos, no les recité, ni les canté algo que la involucrara. Hace algunos años, en silencio, intenté reencontrarme con ella sobre la plata de mis imágenes, aún lo intento.